domingo, junio 21, 2009

¡Escucha, hombrecito! - 4

LA VIDA CÓMODA DEL HOMBRECITO.

A un vaishnava, a diferencia del Hombrecito, no le interesa procurarse una vida cómoda y sin preocupaciones. Un vaishnava ama la verdad. Él afrontará riesgos por la verdad que ama. Para él, ello es felicidad.

En el segundo volumen de la serie Nuestra Misión, leeremos que llevar una vida consagrada a la verdad es parte integral de la necesidad de desarrollar coraje. Aquellos que se dedican a divulgar la verdad tienen, por así decirlo, un mecanismo incorporado que les infunde coraje: el tener una conciencia tranquila. La satisfacción que produce el alcanzar y mantener una conciencia tranquila es tan gratificante, que las personas que la experimentan no querrán desprenderse de ella bajo ninguna circunstancia. Los prabhucitos, como los Hombrecitos, no pueden imaginarse dicho estado.

Ellos tienen que inventarse otro cometido o, si no, sacarán a relucir alguna razón majadera, y dirán que el predicador de la verdad debe ser ignorado porque no les gusta “el tono” o “el contenido ofensivo” de su discurso. Los prabhucitos argumentan: “Eres demasiado específico; …¡casi nombras a las personas!”. “No tienes comedimiento: ...¡citas reiteradamente referencias de comedores de carne!”. “No existe ningún precedente de que alguien se haya expresado así de otros devotos”. “Tu libro no lo aprueban los sastras”. “Dudo que estés complaciendo a Srila Prabhupada”. “No sabes lidiar con este tipo de temas; tienes que ser refinado y aprender la etiqueta vaishnava”. Por último, quizás la más descabellada de todas las objeciones: “La verdad no es relevante”. Los prabhucitos pueden ser personas detestables, petulantes, mentirosas, manipuladoras; no obstante, los predicadores de la verdad tienen que tragarse su orgullo y actuar de una manera que aquellos consideren beneficiosa, por más desagradecidos que sean.

Los mismos prabhucitos solían criticar la “técnica destazadora” de Srila Bhaktisiddhanta Sarasvati. En su desesperado e irracional intento de no querer escuchar la verdad de sí mismos —verdad que muy fácilmente pudiesen descubrir si tan sólo se hacen un buen examen de conciencia—, están dispuestos a articular cualquier tipo de sandeces. Pero no se lo harán. Y si lo intentan, no conseguirán hacer una honesta valoración de sí mismos, porque se los impedirá las generosas pero distorsionadas apreciaciones que les sugieren las múltiples voces, las múltiples facetas de sus mentes alienadas, enfermas muchas veces [Harikesh das y Prithu das, para mencionar algunos]. “Los predicadores de la verdad no tienen tacto”, —alegarán los prabhucitos—. Su concepto de “tacto” es que la verdad ha de ser expresada de una manera tan vaga, tan ambigua, que ninguno pueda imaginarse de qué se está hablando. Entonces, los diferentes prabhucitos se arrogarán el mérito de aportar la correcta interpretación de la verdad, toda vez que su única intención es tratar de ganarse los aplausos de sus compañeros. O si no, los prabhucitos nos hacen saber que si el proclamador de la verdad actuase estratégicamente y se callase, entonces comprendería que ello le abreviaría muchos problemas. Ellos hasta podrían promoverlo y darle el rango de “Gran Prabhucito”. O en su defecto, los prabhucitos preferirían que el proclamador de la verdad se olvidara de ésta, y simplemente se dedicara a dar cátedras sobre la virtud.


El prabhucito se hace de oídos sordos cuando se trata de escuchar las enseñanzas de Krishna relacionadas con cómo evitar engañarse a uno mismo. Él usa la filosofía para drogarse, y así eludir convertirse en un realista con masa cerebral desarrollada, que es lo que precisamente implican los términos “prajña” y “conciencia de Krishna”. En esencia, el prabhucito se dice a sí mismo: “Prefiero más depender de la misericordia de Krishna, que emplear mi propia inteligencia”. ¿Será posible que los prabhucitos se imaginen que Krishna nos dio la facultad de la inteligencia sólo para que desistiéramos de usarla, por lo asombrosos resultados que produce? Y, ¿qué se puede decir acerca de la posibilidad de que dicho regalo del Señor sea cabalmente la misericordia por la han rezado tan fervorosamente?

Que los prabhucitos hayan sido capaces de inferir este entendimiento, —o sea, que es mejor volverse torpes en vez de seres humanos sesudos— basándose en la Bhagavad-gita y el Srimad-Bhagavatam, así como del ejemplo de nuestros acaryas, ¡es algo realmente asombroso! Pero los prabhucitos están totalmente convencidos de que tienen un dominio absoluto de la esencia de la conciencia de Krishna: el ser irracional es signo de avance, y el ser racional es síntoma de vanidad o “ego falso”.

Cuando el difusor de la verdad afirma que el no primar la verdad, sin importar cuál sea ésta, no es problema del difusor de la verdad sino de los prabhucitos, ¿cuál es la reacción de estos? Ellos dicen: “¡Oh, no!, nosotros no tenemos ningún problema. ¡Eres tú quien está en problemas!, porque a menos que nos dejes mandarte cómo desvelar el problema —y sólo en el caso de que llegásemos a aceptar tu diagnosis de que éste existe—, ¡nosotros nos encargaremos de causarte toda clase de problemas!". ¡Touché! [voz francesa que en el arte de la esgrima significa “¡tocado!” o el haber recibido una estocada del contrario].

Tras haber decretado la ley, el mismo prabhucito se sienta en la Vyasasana y le explica a su auditorio cómo Krishna está en control de todo, y cómo ha diseñado un plan para lograr nuestra purificación. Adicionalmente, nos exhorta a que veamos lo bueno en todo, y nos recalca cómo tenemos que llevarnos bien y cooperar con Srila Prabhupada. Él pronuncia su discurso con total convicción, y no percibe incongruencias de ninguna especie. ¡Eres honesto, prabhucito! Dices que anhelas la verdad, cuando en realidad lo único que quieres es que te adulen.

"SÓLO ME LAVO LOS DIENTES Y VOY A DAR LA CLASE".

Esa es la expectativa del prabhucito, porque en su fuero interno valora otras cosas más que la verdad. Por ejemplo: su popularidad y el guardar las apariencias. Él prima más su imagen o autoestima que el respetarse a sí mismo. A él le interesa más sentirse cómodo, amado y seguro, que vivir de conformidad con la verdad, la cual, de manera paradójica, preconiza a viva voz asegurando que es la meta de su vida. No obstante, internamente es un prabhucito amilanado, abatido por el desprecio que siente de sí mismo, sentimiento que quiere disfrazar como fidelidad a Srila Prabhupada. Lo peor es que se creen su propia propaganda.

Si se topa con alguien que no es igual a él; es decir, con alguien que no siente desprecio de sí mismo, que es optimista, dinámico, feliz y que inspira a los devotos a volverse seres pensantes, al prabhucito le dan espasmos de envidia y su mente se llena de incredulidad. A quienquiera que no pueda persuadir a fuerza de elogios inocuos, el prabhucito se las ingenia para avasallarlo con política artera. Increíblemente, el prabhucito cree que ese es su deber para con Srila Prabhupada.

Al diablo con cualesquiera que hayan tenido éxito donde él ha fracasado. En lo individual, cada uno de ellos sí asumió plena responsabilidad de sus vidas y, de ese modo, rehusó a convertirse en un prabhucito o en un Gran Prabhu.

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