sábado, noviembre 12, 2011

Diario devocional No. 3

por Astika das

Al despertar cada mañana, yo no siento el éxtasis que muchos devotos dicen sentir. A mí, más bien me invade un profundo sentimiento de pesadumbre, y algunas veces llego a pensar que sería mejor no despertar (quedarme dormido). Sin embargo, esa pesadumbre no la sentía cuando vivía en los templos; algunas veces, inclusive, llegué a sentir algo parecido al éxtasis. En los templos (siempre me despertaba con) me despertaban el barullo y la alharaca que hacían los devotos al cantar en voz alta el mahamantra Hare Krishna.

En la asociación de los devotos la vida me parecía más tolerable. Actualmente me despierto solo, y aunque no es nada fácil vivir solo es mucho mejor vivir en los templos. Srila Prabhupada solía decir que los templos son un oasis en medio de la vida materialista, pero eso era antes de que él abandonara sus pasatiempos terrenales pues cuando él salió del planeta, los templos poco a poco se convirtieron en suburbios de la vida materialista. Actualmente, vivir en los templos resulta peor que vivir al lado de los karmis, porque al materialismo que se vive en ellos hay que añadirle la pretensión de que son oasis espirituales.

VIENDO LAS COSAS EN RETROSPECTIVA

Viendo las cosas en retrospectiva, considero inconcebible haber podido vivir en los templos cerca de diez años. Cuando ingresé al templo yo ya no me cocía al primer hervor. Tenía más de treinta años, y mi personalidad ya había sido completamente desfigurada por el sistema materialista. La forma de vida de los templos Hare Krishna contrastaba notablemente con la forma de vida burguesa en la que yo había crecido. En mi casa familiar de Saltillo, había toda clase de comodidades. Tenía una habitación para mí solo. El clóset abarcaba de lado a lado la enorme habitación, y tenía puertas corredizas de madera. Adentro habían 24 cajones, de los cuales yo solamente utilizaba dos o tres, y el resto permanecían vacíos. De la espaciosa habitación colgaba un candil de porcelana; era de color azul y blanco, en forma de velas decoradas con florecitas .

Por otra parte, en el templo de Tiburcio Montiel compartía una habitación muy austera con cuatro o cinco devotos. En ella no había clóset ni cama, pues dormíamos en sleeping-bags, como les llamábamos a las bolsas de dormir. Del alto techo de la habitación pendía un alambre que remataba en un foco de luz incandescente, pues aún no existían los focos ahorradores. Pero a pesar de que la habitación era muy austera, y de que no había privacidad, el ambiente era muy agradable debido a la asociación de los devotos.

LA VERSION DEVOCIONAL DE LOS HIJOS DE SANCHEZ

La primera noche que dormí en Bucho Montiel, los devotos me prestaron un sleeping-bag medio raído y apestoso. A mi lado dormía un devoto muy chaparrito, fornido, y de tez muy blanca. Su blancura no correspondía a la de Balarama, sino a la de aquellos llamados "cagaleches" o "güeros de rancho". El devoto se llamaba Maitreya Muni das. A leguas se notaba que los orígenes del tal Maitreya Muni no eran muy aristocráticos. Sin embargo, a pesar de ser un hombre basto y poco sofisticado, había recibido la misericordia de Caitanya Mahaprabhu.

Entre otras muchas cosas, Maitreya Muni das me recomendó que no usara un calzón ordinario; que mejor usara una kaupina, que es un pedazo de tela que lo sustituye. Maitreya enfatizaba que no era suficiente usar una kaupina, sino que además era necesario ajustarla fuertemente para que no produjera una fricción con el genital y llevara a la excitación sexual. De acuerdo con los Vedas, la vida sexual es el mayor impedimento para la vida espiritual.

En una de las paredes de la habitación colgaba una pintura del Señor Krishna tocando Su flauta debajo de un árbol. El único mobiliario de la habitación eran tres casilleros metálicos grises, los cuales estaban muy abollados y pintarrajeados. En la superficie de los casilleros se leía lo siguiente: ¡HARIBOL! HARE KRISHNA! CANTA Y SE FELIZ. En cada casillero estaba inscrito, con plumón, el nombre de su propietario: Dvija Hari das, Muchukunda das, Maitreya Muni das. En los lockers, los devotos guardaban sus escasas pertenencias: un sudadera vieja y raída, una japamala, un número atrasado de la revista Back to Godhead, una foto del Señor Jagannath, una versión despastada de El Bhagavad-gita Tal Como Es, un par de kaupinas, dos kurtas, dos dhotis, y un tilakero.

A las tres de la mañana, Maitreya Muni saltaba como resorte del sleeping bag y, sin una pizca de consideración, despertaba a los bhaktas que permanecían dormidos. Comenzaba a cantar en voz alta: “Hare Krishna, Hare Krishna, Krishna Krishna, Hare Hare, Hare Rama, Hare Rama, Rama Rama, Hare Hare”. En seguida encendía la luz y, como si fuera pleno día, gritaba: “¡Saquen la maya, Prabhus! ¡Ya dejen de gratificarse! ¡Glorifiquen al Señor Krishna y salgan del Yoganidra!”.

LOS RENGLONES TORCIDOS DEL LIBRO DE KRISHNA

Actualmente vivo en Monterrey. Aquí rento un departamentito de la colonia del Valle. A pesar de que San Pedro Garza García es el único municipio --de los 2,500 que tiene México-- con certificación ISO, no hay nada especial en vivir aquí. Llevo cerca de tres meses viviendo en este lugar, y durante todo este tiempo nunca he visto a nadie cantando Hare Krishna. A hora de Brama Muhurta no se escucha el canto del santo nombre; solamente el ruido de los coches que a esa hora cruzan el Puente Atirantado. Por lo demás, todo está muy quieto.

Salgo a caminar y a cantar mis rondas cuando aun está oscuro. A cinco cuadras de mi casa está la Calzada del Valle Alberto Santos, pero evito ese sitio pues desde muy temprano empieza a llegar mucha gente que camina y hace ejercicio para mantenerse en forma. Muchas de las personas que asisten a caminar allí andan en la onda de la ecología, la vida saludable, y evitan en su dieta la sal y el azucar. Por lo general son gente sofisticada que está muy clavada en el concepto corporal; las mujeres usan trajes deportivos muy ceñidos, y eso es una gran distracción para poder concentrarse en el canto del mahamantra.

El otro día que llegué a la Calzada del Valle Alberto Santos cuando todavía estaba muy oscuro. Repentinamente una voz femenina rompiò el silencio de la madrugada: "¡Brenda Martínez, que agradable sorpresa!". Las dos chicas, en éxtasis, corrieron a encontrarse y se fusionaron en un fuerte y cálido abrazo. Prefiero caminar en dirección a la hondonada de la avenida Fuentes del Valle, pues en ese sitio solo otro hombre y yo nos disputamos el territorio. En realidad, es muy difícil concentrarte en el mahamantra cuando a tu lado pasan mujeres regias hermosísimas, ataviadas con ropa deportiva de marca, muy ceñida al cuerpo, y calzando tenis fosforescentes, también de marca.

RECUERDOS DE PAPA CHUY EN SALTILLO

Eso de mirar el trasero de las mujeres es una costumbre ancestral en México. Recuerdo que cuando yo tenía cinco años, papá Chuy --así llamábamos a mi abuelito-- y yo salíamos a pasear a La Plaza de Armas de Saltillo. En ese tiempo me vestían con pantalones cortos sostenidos por tirantes, medias de lana, zapatos de charol y, para protegerme del frío, me enfundaban en un abriguito de lana grís a cuadros. Papá Chuy y yo, cogidos de la mano, le dábamos varias vueltas a la Plaza de Armas. Me llamaba poderosamente la atención que siempre que alguna mujer de buen ver pasaba a nuestro lado, Papá Chuy detenía completamente su caminata y con un gran esfuerzo --me imagino que doloroso-- torcía el cuello quedándose, en éxtasis, mirando fijamente durante varios segundos el trasero de la dama.

Mi tío Chuy, quien era hijo de papá Chuy, era un hombre muy inteligente. Sin necesidad de salir de Saltillo aprendió inglés y francés. Toda su vida trabajó como diplomático mexicano. Pocos años después del triunfo de la Revolución Cubana, mi tío Chuy trabajaba en el consulado de México en Cuba, cuando fue asesinado en La Habana.

Recuerdo muy bien a mi mamá diciendo: “A tu tio Chuy lo mataron los comunistas. Ese comunista de Fidel Castro fue el que lo mató”. Muchos años después visité una oficina de Gobernación en el D.F. para vender pinturas de India. Un funcionario de esa dependencia me contó que una noche, en la Habana, él y mi tío Chuy jugaban dominó. Una dama llegó hasta donde jugaban, y ella y mi tío Chuy desaparecieron juntos.

Pocas horas después, este funcionario de Gobernación escuchó varias detonaciones producidas por una pistola. Curioso, salió a la calle a ver qué sucedía. En plena calle estaba un coche mal estacionado; sobre el volante del coche yacía sin vida el cuerpo robusto y baleado de mi tío Chuy. Lla puerta del copiloto estaba abierta, y a lo lejos se divisaba una mujer que se daba a la fuga, pistola en mano. Mi tío Chuy fue víctima de su pasión por el trasero de las damas, pasión que había heredado de Papá Chuy.

LAS ENSEÑANZAS DE SRILA PRABHUPADA ACERCA DE LA VIDA SEXUAL

En El Bhagavad-gita Tal Como Es, y en El Srimad Bhagavatam, hay muchas citas en las que se advierten los riesgos del libertinaje sexual. Srila Prabhupada contaba la historia del perro sarnoso que se hallaba tirado en la calle a medio morir. Pero a pesar de que no tenía fuerzas ni para sostenerse en pie, cuando a su lado pasó una perra hizo un gran esfuerzo para incorporarse.

LOS REGIOS OPINAN SOBRE EL PESO DEL ALMA

El día de los Muertos decidí visitar la Calzada del Valle Alberto Santos, pues me me sentía agobiado cantando el mahamantra Hare Krishna y caminando solo en la hondonada de la Avenida Fuentes del Valle. A ambos lados del camino de concreto en donde caminan los deportistas habían instalaciones alusivas al Día de los Muertos.

Es impresionante la delicada y sensible cultura de algunos regiomontanos. En dichas instalaciones abundaban las citas de Picasso, Jean Miró, Klee, Octavio Paz. En varias instalaciones se honraba la memoria del genio recién desaparecido Steve Jobs.

Una instalación me llamó mucho la atención. De las ramas de un árbol colgaban muchas bolsitas plásticas que contenían 21 gramos de sal. Al pie de dicha instalaciòn había un texto con la siguiente explicación: "Al comienzo del siglo XX, el doctor Duncan MacDougall realizó una serie de experimentos para probar la pérdida de peso provocada supuestamente por la partida del alma del cuerpo al morir." MacDougall descubrió que, al morir, los cuerpos perdían 21 gramos de peso, y su conclusión fue que ese era el peso del alma. MacDougall pesó pacientes moribundos en un intento por probar que el alma es tangible, material, y por ende mesurable.

La autora de la instalación remataba su explicación que en la actualidad hay hay mucho interés por conocer acerca del alma, pero que desgraciadamente no existe mucha información al respecto. Sin duda alguna, la autora de esa instalación desconocía la literatura de Srila Prabhupada al respecto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo también acostumbro, de vez en cuando, mirar el trasero de las mujeres guapas. A diferencia del autor de este artículo, a mí NO me atormenta la culpa ni el miedo al infierno.
¡Qué feo eso de vivir siempre con el miedo de irse a los "planetas infernales"!

Jajaja, creo que Juan Pablo II podría enseñarles mucho sobre la naturaleza del "infierno".